Hace unos años (muchos en realidad) el actual canciller argentino Felipe Solá, ante el requerimiento de un periodista respecto a cómo proceder para permanecer en política, sentenció con una brutal sinceridad que el secreto radicaba en “hacerse el boludo”. No tenía entonces que ejercer el arte de la diplomacia al que lo obliga su rango ahora, así que se expresó del modo más directo y coloquial. Hacerse el boludo supone una habilidad muy compleja. Requiere fingir menos astucia de la que en realidad se posee para transitar sin mayores contratiempos amenazas y dificultades. De esa manera, los supuestos vivos piensan que ganan pero en realidad terminarían, según esta doctrina, siendo los verdaderos boludos de la historia. Como parece que la cosa funciona se convirtió en una suerte de maquiavelismo criollo, un consejo con el cual avezados asesores se garantizan fáciles honorarios: “vos hacete el boludo y seguí en la tuya”. Claro que además de una apariencia, de un adjetivo también se ha convertido en un verbo: boludear. Si alguien se cree más culto en estas geografías por conjugar el neologismo procastinar para reemplazar al más utilizado de postergar debemos recordarles que boludear es mucho más genuino, popular y efectivo. Supone, en esencia, dilatar una respuesta, distraer, desviar la atención hasta que la víctima advierte que la “están boludeando”. Cuanto más tarde el damnificado tome conciencia, más eficaz el boludeo. Resulta ocioso agregar que mientras este proceso se lleva a cabo las cosas no se resuelven. Y si no se resuelven, se agravan. Quizás, para agregar una boludez a estos párrafos (es decir una obviedad, una minucia que al solo leerla genera la convicción de estar frente a algo tan pequeño como evidente) buena parte de nuestros problemas se deban a que hace mucho tiempo venimos postergando su resolución porque hemos desarrollado el extraño comportamiento de no bancarnos la enfermedad ni la cura. De allí que la queja inocua sea nuestra letanía cotidiana y el boludeo causa nacional. Porque alguna de las dos nos tenemos que bancar. Si el estancamiento y la inflación son nuestro contexto desde hace una década se requieren acciones más contundentes y costosas para hacerles frente. No existen recetas milagrosas, fórmulas que eximan del esfuerzo –individual y colectivo- para superar la postración. El boludeo como política económica se da en distintas presentaciones: como endeudamiento desmedido o emisión sin respaldo pero las consecuencias son las mismas. No hay que inventar la fórmula del budín de pan ni encontrarle el agujero al mate. Se requiere un programa consistente, sostenible en el tiempo, con una estructura fiscal que aliente las inversiones y la creación de empleo genuino garantizando el equilibrio presupuestario y un tipo de cambio competitivo para las exportaciones sobre la base de reglas simples, claras y estables. Podemos encarar ese sendero o seguir boludeando creyéndonos vivos. Quizás en eso radique nuestra verdadera elección.
2 comentarios en “Boludeando”
Sigo sin entender porque traen a estos argentinos mal hablados,siempre diciendo alguna mala palabra o grosería .
Acá en Uruguay los periodistas serios(y el común de los periodistas)por suerte no acostumbran a expresarse así.
Somos diferentes,ni mejores ni peores.
Y aparte se ve que este diario trae lo peorsito de allá.
Que forma.chavacana de no decir nada que ayude a salir. No hay formula magica…