Llovía. El escenario no era grande. Unas cuarenta personas se amontonaban alrededor de un gazebo azul que se erguía en el medio, apenas sostenido por unas patas flacas de metal. Abajo, separadas por unas rejas blancas, miles de personas escuchaban y vitoreaban. Había pancartas, banderas, paraguas: negros, azules, blancos, rojos.
—Hoy día tenemos muchos motivos para sentirnos orgullosos. Ustedes no lo alcanzan a ver, pero desde acá no se ve el final de la marcha —decía, la voz fuerte, el joven de veintiséis años al que la multitud escuchaba.
Y era verdad: en la calle, el final de la marcha no se veía.
—Tenemos que estar conscientes de cómo estamos incidiendo en la historia política de Chile. Al país que queremos construir lo queremos construir nosotros, el pueblo movilizado, y no los que se arreglan los bigotes en el parlamento y en La Moneda —decía el joven, la voz alta y firme, mientras sostenía un micrófono con una mano y agitaba la otra, señalando con el índice, como quien quiere dejar las cosas claras—. Así que aguante compañeros, abajo los que lucran, arriba los que luchan: aquí nada termina compañeros, aquí cada día continuar.
La multitud aplaudía, gritaba, ovacionaba.
El joven —mirada segura, pelo mojado que caía lacio en el cuello, barba, campera negra, buzo de gimnasia con capucha —terminó de hablar, entregó el micrófono y se fue atrás, al lado del gazebo.
Era junio de 2012. Era la segunda gran movilización estudiantil del año en Chile. Pero antes había habido muchas otras, en 2006 y en 2011, además de paros nacionales y tomas de colegios y universidades. El reclamo era siempre el mismo: educación gratuita, libre y de calidad.
El joven de veintiséis años era el presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile (FECh), antes presidente del Centro de Estudiantes de Derecho y senador universitario, y antes, mucho antes, participante activo del proceso de refundación de la Federación de Estudiantes Secundarios de Punta Arenas, una tierra helada de vientos poderosos en el fin del fin del mundo, la región de Magallanes y la Antártica Chilena, a más de tres mil kilómetros de Santiago: la tierra en la que el joven nació; la tierra en la que empezó su lucha.
El joven sigue siendo joven pero ahora tiene treinta y cinco años.
No llueve. El escenario, montado en La Alameda y Santa Rosa, es grande. En el medio hay un atril con dos micrófonos de pie. Arriba, parrillas de luces. Adelante, equipos de sonido. Atrás, una pantalla gigante que transmite señales de canales de televisión, imágenes de gente que festeja en las calles, y gráficos con resultados electorales. Hay banderas de los pueblos originarios, banderas que dicen «revolución democrática», algunas banderas de Chile. Es la tarde, cae el sol, es de noche. Hay música: suena Mal bicho, de los Fabulosos Cadillacs, que dice: «Vos tenés pal’ abrigo/Otros mueren de frío/Sos el que anda matando/ El que va torturando/ Yo no voy a la guerra/ A la violencia/ A la injusticia/ Y a tu codicia/ Digo no, digo no/Paz en el mundo/Que haya paz en el mundo». Las banderas flamean. Una mujer irrumpe en el escenario y grita, a viva voz: «¿Cómo estamos pueblo de Chile? ¡Qué felicidad! ¡Hemos elegido al presidente más joven del mundo! Es el presidente más votado en la historia de Chile. Votaron más de ocho millones cien mil personas». La mujer se va. Hay música: suena Todavía cantamos, de Víctor Heredia, que dice: «Todavía cantamos, todavía pedimos/Todavía soñamos, todavía esperamos/ Por un día distinto/ Sin apremios ni ayuno/ Sin temor y sin llanto». Después, un hombre desde un micrófono grita: «Abran espacio para que Gabriel pase por arriba de la reja, vamos Gabriel, por arriba de la reja, se puede».
Entonces Gabriel Boric, el joven que en 2011 y 2012 lideró, junto a otras personas que hoy están con él —como Camila Vallejo y Giorgio Jackson—, el movimiento estudiantil que reclamaba cambios estructurales en la educación chilena; levanta una pierna y, con ayuda del personal de seguridad, cruza la reja. En las calles hay al menos cien mil personas y la única forma de llegar al escenario es esa: ir a pie entre la multitud. Del otro lado del vallado, Boric sigue caminando. Varios minutos después, llega, por fin, al escenario que lo espera desde hace horas. Camina despacio, con el puño en el corazón. Mira a la gente, va al atril, acomoda los papeles en los que está impreso su discurso, se acerca al público, vuelve a ponerse el puño en el corazón, levanta una mano, después las dos, sonríe, vuelve al atril: se muerde el labio inferior, vuelve a sonreír, apoya las manos en el atril y, por unos segundos, contempla a las miles de personas que, frente a él, celebran. Después, baja la vista, lee, dice, fuerte, la voz un eco que resuena profundo:
—¡Buenas noches, Chile! ¡Pō nui, suma aruma, pün may, Chile! Gracias a ustedes, a todas las personas, a todos los pueblos que habitan el lugar que llamamos Chile. Quiero comenzar este momento histórico que es tremendamente emocionante agradeciendo a todos los chilenos y chilenas que fueron a votar honrando su compromiso con la democracia.
Gabriel Boric habla. Le habla a la multitud de personas que lo escucha y festeja porque él, Gabriel Boric, que ahora tiene treinta y cinco años, y antes fue diputado por el Distrito 60 de Magallanes (el único candidato independiente en esa elección, la del 2014, que logró una banca por fuera del sistema binominal), y antes presidente de la Federación de Estudiantes de la Universidad de Chile, y antes miembro de la Federación de Estudiantes de Punta Arenas, ahora él, Gabriel Boric, es el presidente electo de Chile. El presidente electo más joven de la historia de Chile. El presidente electo más votado de la historia de Chile. El presidente electo que marca el fin del triunfo de los partidos tradicionales en Chile.
Ganó el balotaje en el que enfrentó a José Antonio Kast por 55,87% contra el 44,13% de su adversario. En la elección votaron 8,3 millones de personas (un 55% del censo nacional) —el mayor porcentaje desde que en Chile se implantó el voto voluntario en 2012— y a Boric lo eligieron más de 4,6 millones de personas. Pero él sabe que la tarea por delante no es fácil.
Sabe que tiene una base sólida de votantes, pero que muchas otras personas lo votaron para que no ganara la derecha y no porque les convencieran todas sus propuestas. Por eso, cuando habla, en medio de la música, los fuegos artificiales, la fiesta, dice:
—No importa hoy día, en este momento, si votaron por mí o por mi contrincante. Lo importante es que lo hicieron, que mostraron su compromiso con este país que es de todos y de todas (…). Es importante también agradecer a todos los candidatos que participaron de esta elección porque finalmente acá nos está mirando todo Chile y la democracia la hacemos entre todos y todas. El futuro de Chile nos necesita a todos del lado de la gente y espero que tengamos la madurez de contar con sus ideas y propuestas para comenzar mi gobierno, sé que más allá de las diferencias que tenemos podremos construir puentes para que podamos vivir mejor, porque eso es lo que nos exige hoy día el pueblo de Chile.
«Mucha gente se movilizó contra la extrema derecha: puso en los hombros de Boric la responsabilidad de dirigir el país porque no quería a la ultraderecha en Chile. Ese es un mensaje muy fuerte para la región y para el mundo», dice Paulina Astroza, Doctora en Ciencias Políticas y Sociales por la Université Catholique de Louvain (Bélgica) y profesora de Derecho Internacional y Relaciones Internacionales en la Universidad de Concepción, en Chile.
Para ganar en segunda, vuelta Boric moderó sus propuestas. «Creó un Consejo Económico Asesor compuesto por economistas que le ayudaron a aterrizar sus planes económicos, haciéndolos más factibles; sumó importantes figuras, como Izkia Siches (quien renunció a la presidencia del Colegio Médico para sumarse como jefa de campaña); realizó un despliegue territorial para atraer votantes en las zonas donde perdió en primera vuelta; y, en un gesto de moderación y apertura, aceptó los apoyos de los partidos de la ex Concertación que siempre había criticado: se reunió con los expresidentes Ricardo Lagos y Michelle Bachelet», dice Christopher A. Martínez, Doctor en Ciencia Política y Profesor de la Universidad Católica de Temuco.
Y ahora que será gobierno, tendrá que lograr, también, un equilibrio hacia adentro de la coalición que lo llevó al poder, Apruebo Dignidad, en la que convergen diferentes organizaciones y partidos: Comunista, Convergencia Social, Revolución Democrática, entre otros.
«Como todo presidente, tendrá grandes desafíos —dice Astroza—. Primero, cómo va a formar su propia coalición: seguramente tendrá presiones de la izquierda, pero también de la centroizquierda. Habrá sectores que querrán transformaciones profundas y rápidas y otros, como el empresariado y otros grupos de interés, que no van a querer transformaciones profundas (menos aún rápidas). Boric tendrá que lograr un equilibro entre esas fuerzas y la primera muestra de ese balance será la conformación de su gobierno»
También —como todo oficialismo— tendrá que lograr acuerdos en el Congreso. «Allí su coalición no tendrá mayoría —dice Martínez—: Apruebo Dignidad solo maneja 37 (23,9%) de 155 escaños en la Cámara de Diputadas y Diputados. Pero tampoco la derecha es mayoría ahí: tiene 68 escaños (43,9%). Boric, entonces, deberá negociar el apoyo de los ex partidos de la Concertación (37 escaños / 23,9%), del Partido de la Gente (6 escaños / 3,9%) del excandidato presidencial Franco Parisi y de otros partidos menores de izquierda (7 escaños / 4,5%). En el Senado pasa algo similar, donde la derecha controla 25 de los 50 escaños»
Boric sabe, además, que con él termina la transición en Chile y empieza una nueva etapa política. Su llegada a La Moneda deja atrás tres décadas de dominio de los partidos políticos tradicionales de centroizquierda, los que integraron la Concertación entre 1990 y 2010. Por eso, cuando habla, en medio de los aplausos y los reclamos de algunas personas que piden, por ejemplo, por los presos políticos del estallido social de 2019, dice:
—Estamos ante un cambio de ciclo histórico y no lo podemos desaprovechar.
«Comienza un nuevo ciclo. Incluso, simbólicamente, la muerte de Lucía Hiriart de Pinochet el dieciséis de diciembre —dos días antes de las elecciones— marcó también un término de lo que ha significado la historia en Chile —dice Astroza—. Con el triunfo de Gabriel Boric entra en escena una nueva generación que va a ser liderada por alguien que representa esa renovación que tanto necesita Chile. Hay antiguos cuadros que ya no van a tener su espacio en el gobierno de Boric porque han cumplido un ciclo, con grandes aciertos, pero también con varios errores. Ahora entra una nueva alianza que tiene que terminar de definir qué rasgos va a tener. Pero ya el triunfo de esta coalición es un mensaje para América Latina: si en Chile es posible una nueva izquierda, democrática, verde, que respeta los derechos humanos y que mira al Estado de Bienestar como un referente, eso también puede ser posible en otros países».
La de Gabriel Boric es una izquierda que logró rejuvenecer y renovar la política chilena. «Representan una generación a la que no se le dieron muchos espacios en los partidos tradicionales de centroizquierda que terminaron desplomándose en la elección del 21 de noviembre pasado», dice Christopher Martínez.
Esta izquierda deberá iniciar las transformaciones profundas que reclama la sociedad chilena: las causas del estallido social de 2019 (que llevaron a que el 25 de octubre de 2020, en un plebiscito, los ciudadanos decidieran por un 78% reemplazar la Constitución de Pinochet por una nueva, democrática, y que optaran por candidatos progresistas independientes para que la redacten) siguen ahí, intactas. Por eso, en su discurso, mientras mira al público y se emociona, Boric les habla a las mujeres: habla del derecho a decidir sobre sus cuerpos; habla de las minorías en disidencia que han sido históricamente discriminadas; les habla a los niños y a las niñas; habla de un Chile verde; habla de las pensiones; habla de salud y educación públicas; habla de pueblos originarios y su derecho a mirar el mundo desde otras perspectivas lingüísticas; habla de los reclamos de justicia y dignidad, y dice:
—No será fácil (…) Pero somos una generación que emerge a la vida pública demandando que los derechos sean derechos y no bienes de consumo.
«La sociedad chilena está de acuerdo en que tiene que haber transformaciones —dice Astroza—; no hay polarización ni radicalización como algunos quieren hacernos ver, y Boric no es un extremo. Hay consenso en que tiene que haber cambios en temas como la salud, la educación, las pensiones, el cambio climático. Y también está claro que Chile quiere esos cambios, pero con estabilidad: no hay más lugar para turbulencias. Por eso la clave estará en lograr cambios de manera gradual. Si Gabriel Boric logra abrirse a nuevos sectores puede hacer un muy buen gobierno en tiempos difíciles»
Boric lo sabe. Por eso, cuando habla, dice que hay que dar pasos cortos pero firmes. Avanzar poco a poco, pero con una meta clara: que la dignidad llegue a todos lados y no solamente a quienes tienen recursos. Por eso, cuando habla, Gabriel Boric, treinta y cinco años, el presidente electo con más votos de la historia de Chile, dice:
—Basta de depotismo ilustrado que cree que se puede hacer un gobierno para el pueblo sin el pueblo: con nosotros a La Moneda entra la gente.
Después o antes, cita la frase de Nicanor Parra que dice: «Hay dos panes. Usted se come dos. Yo ninguno. Consumo promedio: un pan por persona». Y antes de irse, con la voz alta y firme, como a los veintiséis ante los estudiantes que lo escuchaban, como tantas otras veces, dice —el puño en el corazón:
—Les pido que cuidemos este triunfo: con la convicción de que en conjunto vamos a hacer de nuestro país un país más justo. No olvidamos: justicia, verdad, respeto. Seguimos.
Y sigue. Levanta la mano derecha, se corre del atril, mira hacia arriba. Caen miles de papelitos rojos, blancos y azules. Gabriel Boric permanece, la mirada perdida en la multitud que celebra. Que lo celebra: a él, al presidente más joven de la historia de Chile, al que hace nueve años les decía a los estudiantes que fueran conscientes de cómo estaban incidiendo en la historia política del país. Tal vez esté pensando en eso, o en nada, o en esto que también dijo entonces:
—Al país lo queremos construir nosotros, el pueblo movilizado, y no los que se arreglan los bigotes en el parlamento y en La Moneda.
Tal vez, mientras mira a la multitud y permanece, piense cómo no dejar de ser pueblo. Cómo mantener viva esa esperanza.
4 comentarios en “Cambia Chile: fin de un ciclo y la esperanza de una nueva izquierda tras el triunfo de Gabriel Boric”
Sin duda Chile es un Ejemplo y vanguardia democrática para América Latina y el Mundo.
Viva Chile, vivan los pueblos concientes, la historia es nuestra…
Pobre Chile
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