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Javier y su amor eterno. Una leyenda de mi pueblo - Diario El Este

Javier y su amor eterno. Una leyenda de mi pueblo

La noche estaba fría, lloviznosa, gris… Eso no había impedido que la barra de gurisotes se juntara como siempre, en los escalones de la Iglesia, frente a la plaza, para tomarse unas cañas y fumarse algunos tabacos brasileros. Esa noche, Javier andaba como inquieto, como con un mal presentimiento. Hasta sentía temor (cosa que nunca) de tener que volver sólo hasta los límites del Barrio España, donde vivía.

Las «luces del centro» terminaban en el obelisco. De allí en adelante, por Bulgarelli para abajo, las cinco cuadras eran una «boca de lobo». Así que arrancó a volver «temprano», tipo las 11 de la noche… La llovizna arreciaba cuando al llegar al obelisco descubrió una silueta, tratando de guarecerse en la saliente de una casa antigua… Se acercó más y la luz exterior de la casa lo ayudó a ver el rostro más hermoso que había visto en su vida. Una gurisa más o menos de su edad, acurrucada por el frío, pero extrañamente con el pelo seco.

Javier, tímido él, tuvo que sacar fuerzas de no sé donde para poder preguntarle en un hilito de voz…
-Hola, te pasa algo? Necesitas ayuda?
Ella lo miró con un sus ojos celestes, profundos como el mar…
Y Javier jura que se bañó en ellos y que en la pausa que hizo para contestar, él se enamoró por siempre y para siempre…
Con la voz más dulce y maravillosa que había escuchado jamás, ella sólo susurró…
-Vivo lejos, allá un poco para adelante del Cementerio… y me da miedo irme sola…
Los temores, las ausencias, las inquietudes; se le fueron como por arte de magia a Javier.

Allí mismo, le tomó la mano y un «yo te acompaño» le salió desde el fondo del alma…
Pero la frialdad de la pequeña mano lo estremeció… Pensó en abrigarla, en darle calor, pero apenas tenía su vieja camisa de siempre. En un acto reflejo le pasó su mano por el hombro. Ella respondió tomándolo por la cintura. Él, estaba en el cielo. Jura que se sentía en el cielo. Nunca en su vida se había sentido así. Le quería preguntar todo a la vez y no le salía nada. Apenas si logró saber que no tenía novio aunque estaba desde niña enamorada profundamente de alguien que aún no lo sabía y que era un amor para toda la eternidad; que vivía sola con su madre, que le encantaría ser su novia, pero que ya no podía ser…

El insistía, no quería perder lo que a esa altura era ya (y lo sigue siendo, aún hoy, a sus 60 años) el amor de su vida… Llegaron a la esquina del Cementerio, la llovizna arreciaba cada tanto, pero el notaba su pelo extrañamente seco… Ella le dijo «hasta acá, ahora sigo sola». El insistió de todas maneras para llevarla hasta la puerta de su casa pero la respuesta era firme, seca, casi lejana: «no quiero que mi mamá me vea». De pronto, ella sacó una foto de su bolsillo y se la dió.
-Para que no me olvides- le dijo.
Y en un torbellino de pasiones que corrían por su alma, Javier la vio perderse es la oscuridad de la calle… Esa noche fue interminable, extraña, de sueños hermosos pasaba a pesadillas horrorosas… Pero tenía su foto. La miraba y confirmaba que ella era, sin dudas, el amor de su vida, para toda la eternidad…

Al otro día, así como despierta, sin siquiera desayunar sale hacia el rancherío que rodeaba el cementerio. Y foto en mano, comienza a preguntar, sin mucha suerte en las primeras casas; hasta que en una de ellas una señora mira la foto, se sorprende y le señala una casita distante… Apenas en un susurro forzado le dice algo así como «Allí, joven… allí le pueden informar…»

Casi corriendo llega al humilde rancho donde unos perros flacos anunciaron su presencia… Una señora de rostro lloroso, hundida en mil soledades, con los ojos más tristes que él hubiera visto en su vida; le pregunta el motivo de su visita. Él simplemente muestra la fotografía y pregunta por ella, de quien ni siquiera sabía el nombre…

La señora estalla en llanto y con la voz entrecortada y con esfuerzo sobrehumano apenas alcanza a decir «es mi hija, joven… falleció hace tres días… y cumplió su promesa…»
El no entendía nada. La señora lo abrazaba con una fuerza inusitada y solo repetía gracias, gracias, gracias…

«Ella, en sus últimos suspiros antes de partir, me prometió que el amor de su vida, iba a venir a traerme algo que de alguna manera me iba a enviar desde el más allá… Deduzco, hijo mío, que sos el amor que ella había elegido… y no pudo disfrutar»

Hoy, con sus 60 años y su eterna soledad a cuestas, no falta un sólo domingo al cementerio donde deja las más hermosas rosas que consigue tras recorrer los jardines del pueblo. Dice que sólo espera que Dios se acuerde de él para en el más allá, poder disfrutar al fin del amor de su vida… LP 25/4/21