Por Rodrigo Tisnés
Escribo esto el 8 de julio a la tarde, cuando parece que la Comisión Nacional Pro-Reférendum ha conseguido unas 800.000 firmas para interponer el recurso de referéndum en contra de 135 artículos de la ley de urgente consideración (LUC)
Voy a ser sincero. Yo era de los creía que sumarse a esta campaña era un error estratégico para el Frente Amplio.
Lo creía, no porque tuviese dudas respecto a la capacidad/posibilidad de alcanzar las firmas para someter la ley a consulta popular, aun siguiendo la ‘’vía larga’’. Más que intuición, se trataba de estadística: si en Montevideo y Canelones se hacía una buena campaña de recolección de firmas, prácticamente se aseguraba alcanzar las 670.000 firmas necesarias para alcanzar el objetivo, más allá de lo que pudiera aportar el resto de los departamentos del Interior. 700.000 redondeando por los descartes y errores que puedan haber (siempre hay) en algunas papeletas.
Lo consideraba un error porque significaba salir a buscar y juntar firmas, no sólo en medio de una pandemia que nos ha obligado a distanciarnos, suspender actividades públicas, dejar de compartir mates, cambiar la forma de saludarnos, y encerrarnos detrás de los tapabocas; sino, sobre todo, porque hacía pocos meses habíamos terminado un ciclo electoral extenso y agotador.
Bastante más que de costumbre, porque había comenzado a principios de 2019, con los preparativos para las elecciones internas, y culminó en setiembre de 2020, con las elecciones departamentales que tuvieron que ser aplazadas por el primer brote la pandemia de COVID-19. En total, los uruguayos nos pasamos 17 meses, de abril de 2019 a setiembre de 2020, en campañas político-electorales.
A esto se sumaba lo que un amigo, frentista también, calificaba de ‘’falta de épica’’ de esta campaña. Lo que él decía era que anteriores instancias de este tipo, había un objetivo claro y concreto a lograr: derogar la ley de caducidad en un caso, e impedir la privatización de las empresas públicas en otro. Pero en esta ocasión se sumaba el desafío agregado que son 135 artículos que tocan temas que van desde seguridad pública hasta educación, pasando por la salud, servicios (y empresas) públicas, derechos laborales, etc.
En resumidas cuentas, por estos 3 motivos: agotamiento de la campaña electoral, pandemia instalada, y demasiados abarcativa, me parecía un error estratégico la decisión de avanzar por la vía del referéndum.
Estaba convencido que la mejor estrategia, la más astuta, era que el Frente tomara la LUC como una suerte de ‘’caballo de batalla’’ de cara a las elecciones nacionales de 2024, y prometiera derogar todos aquellos artículos de la LUC que se consideren regresivos, inadecuados, e inoperantes. Una suerte de táctica ‘’espejo’’ de la empleada por el actual gobierno nacional, que en su campaña prometió impulsar la ley de urgente consideración, pero sin detallar nunca su contenido.
Pero en las últimas semanas algo ha cambiado.
Más allá de que mantengo ciertas opiniones, a medida que se acercaba el plazo final para presentar las firmas, se iba haciendo difícil no entusiasmarse con el ímpetu, las ganas y la decisión que mostraban queridos compañeros en todos lados: Rocha, Chuy, La Paloma, Lascano, Castillos, Velázquez, Cebollatí. Y en otros departamentos del Interior, y también en Montevideo y cada uno de sus barrios. ¡Hasta en Buenos Aires!
Así vi el defecto más grande de mi análisis: no tuve en cuenta la alegría. La alegría de militar por militar, sin pedir ni esperar nada a cambio. De acercarse y hablar con la gente. De saber cómo están, que piensan y cómo viven esta realidad que nos ha golpeado con la contundencia un tren de frente. De intercambiar e intentar convencer al vecino. Tanto al que se sabe que es del Frente, como a los que son de otros partidos, o tal vez no les interese la política y se limiten a votar cada cinco años.
Esa militancia despojada de cualquier ambición o especulación. Militar como acto de compromiso político, pero también de vida. De forma de entender el mundo. Esa mística de recorrer, caminar, andar, hablar, dialogar, charlar, debatir, e incluso discutir.
La mística que tantas veces, cuando se era gobierno nacional y departamental, se dijo que se había perdido porque la gestión de gobierno le había ocupado todo el tiempo. La misma mística que apareció en el balotaje pasado, cuando se pensó que la diferencia en votos sería mucho más grande con el actual gobierno. Y la misma mística que demostraron las redes frenteamplistas cuando la campaña nacional del 2014 parecía estancada.
Hubo, además, algunas mojadas de oreja por parte del gobierno nacional, y claras muestras de desinteligencia política, como el aumento de tarifas de los combustibles dos meses consecutivos.
Tal vez sea una lección demasiado dura, excesivamente costosa, haber tenido que perder el gobierno nacional y el departamental para recordar el valor de esta militancia generosa y alegre.
Pero hoy, este primer éxito, que desbordó todas las expectativas previas, es todo de ellos: de esos militantes de a pie, que en ningún momento estuvieron dispuestos a rendirse, ni dejar de esforzarse.
¡Salú!